Summary: | Resumen
A riesgo de exponerme a la autorreferencia, pero con la intuición de que tal vez esta sea una buena manera de comenzar a presentar un libro concebido como una especie de radar orientado a la captación de ondas provenientes de otros libros, empiezo por compartir con ustedes una escena, un registro de la primera impresión. Avanzo en la lectura de Señales de vida, el último libro de Fermín: ya ingresé, con el primer capítulo, al mundo de las nuevas formas de subjetivación en el neoliberalismo a través de Los pichiciegos (1983) y de Vivir afuera (1998) de Fogwill; ya recorrí, en el segundo, los escombros y restos de la destrucción desperdigados en El aire (1992) de Sergio Chejfec y El desperdicio (2007) de Matilde Sánchez; vengo de visualizar mejor, con el siguiente, cómo es que las subjetividades de las crisis de fin de siglo y la imaginación política de los años 90 pasan por la villa, la del diseño ready-made de César Aira o la barroca de Gabriela Cabezón Cámara; voy viendo, enseguida, mientras paso de Mano de obra (2002) de Diamela Eltit a El amparo (1994) de Gustavo Ferreyra y de Las aventuras del sr. Maíz (2005) de Cucurto a Alta rotación (2009) de Laura Meradi, cómo es que el trabajo precario de repositores, cajeras, cadetes, personal de limpieza y promotoras de supermercado se intersecta con la precarización de la existencia; y antes de meterme, con la última parte, en la boca de los escritores-lobo de, otra vez, Chejfec, pero también de Roberto Bolaño y Fernando Vallejo, antes de confrontarme con sus predaciones, máquinas femicidas y discursos de odio, ya me voy preguntando y comparto esta pregunta aquí, para empezar: ¿y si en lugar de leer las vueltas en torno del realismo teníamos que atender a las señales de vida que iban emitiendo las novelas del presente?
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