Summary: | Más allá de la pregunta ¿puede el arte hacernos mejores personas?, hoy el debate se abre a propósito de la posible firma de un tratado de terminación del conflicto armado en el país.
Evidentemente, de acuerdo con esta lógica, posconflicto se refiere al momento posterior a la firma de dicho tratado y no, como mal se entiende, al cese real del conflicto social, que, entre otras cosas, ha sido la causa de esta guerra interna de más de 50 años.
John Carey (Carey, 2005, p. 106) coincide con nosotros al responder no, frente al interrogante sobre el arte como factor determinante en la formación de mejores seres humanos. Y es que no podemos endilgar al arte la responsabilidad de lo que en su conjunto debería ser tarea de la educación. Es evidente que la formación en, con, para las artes contribuye de manera importante a esa anhelada integralidad de la educación; y podríamos entonces atribuir a que, justamente la ausencia de las artes en nuestros currículos oficiales, ha dado como resultado un sujeto ‘incompleto’.
Históricamente encontramos ejemplos del uso de las artes con fines panfletarios, pro regímenes dictatoriales, absolutistas y sanguinarios.
Sin embargo, no por esto podríamos afirmar o negar las bondades del arte, ya que las artes no son buenas ni malas en sí mismas, pero la instrumentalización del arte para fines propagandísticos, ideologizantes o incluso educativos, es uno de los cuestionamientos que nos ocupan: el arte puede ser una herramienta muy poderosa al momento de alienar conciencias. Afortunadamente, también históricamente, tenemos muchos ejemplos del arte como liberadora y transformadora de las conciencias y de las sociedades.
El papel de las artes en las sociedades no puede limitarse, como hace un tiempo veíamos en mensajes de la televisión, a cambiar un fusil por una guitarra; esto no significa nada, si no hay perspectivas claras sobre lo que significa acceder al arte por la educación o incluso por vía del mero consumo mediático masivo.
El arte contribuye a la sensibilización del sujeto, al desarrollo de su percepción del mundo a través de los sentidos (??????? aísthesis), pero también a la liberación del mundo emocional.
Pero allí no se queda, pues sería muy simple el asunto y estaríamos solo aceptando una función meramente hedonista del arte. Educar, formar con el arte nos hace más humanos, es decir, nos separa un poco más de nuestra animalidad a través de los procesos creativos (no exclusivos del arte, por supuesto) y de construcción de formas alternativas de conocimiento.
Por esto, hablar de arte y posconflicto nos sitúa en un escenario en el que las artes serán tomadas en serio en las políticas educativas. Es la oportunidad para que aquello que nombramos como arte, como manifestación artística, sea accesible a toda la gente. No solo los productos de la cultura mediática masiva, sino las expresiones que hasta ahora quedan proscritas a espacios elitizados (por fortuna cada vez menos), excluyentes y que funcionan bajo la lógica de una pretendida hegemonía del buen gusto dictado por el canon y los circuitos de circulación cerrada de las obras.
Hablar de arte y posconflicto es entender el papel de las artes en la educación y en la formación de nuestros niños y jóvenes. Si bien, hay quienes aseguran que la paz solamente se logra cuando nace una generación sin resentimientos y ansias de venganza, podemos anticipar ese momento cuando tenemos ciudadanos que han tenido la oportunidad de acceder a unas maneras otras de educarse y formarse como sujetos.
No bastará que las artes estén presentes en el nuevo escenario social. Tenemos que formular política y tenemos que formar a quienes se encargarán de darle sentido a las artes en la escuela, en los espacios comunitarios, en los medios masivos, en fin, en la vida.
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